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LaLiga

¡Qué tarde la de aquel día!

El 22 de abril de 2007 se concluyó el guion de una temporada de ensueño para inundar Valladolid de felicidad

Valladolid se inundó de blanco y violeta como pocas veces antes lo había hecho. El guion del ascenso había sido escrito con milimétrica perfección en aquella temporada 2006-07 hasta el punto que, tras 27 partidos sin perder, aquel Real Valladolid especial logró el triunfo que certificaba el éxito un 22 de abril, víspera de la fiesta regional, en unos días de calor que permitieron que toda la ciudad se volcase para celebrar eso que tanto se anhelaba y que llegó de manera brillante.

Fue una tarde que, para muchos aficionados, se prolongó durante 24 horas. Un magnífico recuerdo que también tiene un jugador recién llegado aquel curso y que se ha convertido en un emblema en el Club, tras 10 temporadas sobre el verde, también como capitán, y ahora en el cuerpo técnico del primer equipo. "Lo que vivimos ese día fue exagerado, personalmente hasta pensamos... 'sí, hemos ascendido, pero no sé si nos merecemos algo tan grande'. Pero bueno, lo disfruté muchísimo, y lo pude disfrutar con mi familia, fue redondo" revive el '18', Don Álvaro Rubio.

Ese 23 de abril, en la ciudad, la fiesta se vivió, de manera excepcional, en el centro en lugar de en la campa de Villalar. "Te esperas que haya gente, pero no lo que pasó ese día" continúa sorprendiéndose el ex jugador, que refresca la fotografía de aquel momento: "La sensación de ir en el barco y todos los puentes y orillas llenas, no podía haber más gente; desde la playa hasta la Plaza Mayor, una manta de gente y una sensación que no puedo explicar". 

El triunfo que lo desató todo

Lo vivido en la tarde del 23 tuvo su origen en lo sucedido el 22 a 1.800 kilómetros de distancia con la estatua del Conde Ansúrez. Allí, en el Heliodoro Rodríguez López de Santa Cruz de Tenerife, el Real Valladolid entrenado por Mendilibar afrontaba en la 34ª jornada su primera opción de certificar de manera matemática el ascenso a Primera. El equipo aventajaba en diez puntos al segundo y en 26 al cuarto, una trayectoria récord. 

"El ambiente era de otro partido más. El nerviosismo es un poquito mayor porque sabes que tienes la posibilidad de ascender, y la responsabilidad de que mucha gente se desplazó hasta Tenerife, sabemos que es un desembolso de dinero importante, no quieres defraudar" explica Álvaro Rubio, quien asegura que "no hubo una charla motivacional -en el vestuario antes del choque-, en esos momentos no hace falta, el jugador está súper motivado".

Y vaya si lo estuvieron. "Sabíamos que si hacíamos las cosas bien íbamos a ganar" afirma el mediocentro, consciente de que ese año la sensación era "una que no he tenido nunca más, de superioridad, sabíamos que íbamos a ganar". Así fue. Víctor en el minuto 23 puso el 0-1 que anticipó la fiesta, y Manchev, en el 84, sentenció con el segundo.

Una fiesta que se vivió en la Plaza Zorrilla de la ciudad, que no tardó en llenarse de aficionados a los pocos minutos de finalizar el encuentro. Y que también se celebró sobre el césped en Tenerife. "Pasan muchas cosas por la cabeza. Primero la familia, sin ellos no sería lo mismo. Segundo la alegría que produces en la gente, la ciudad y por supuesto el Club, que se sanea más ya que en aquellos tiempos la economía era justita".

"Madre mía, somos malísimos"

Es difícil pensar en la 2006-2007 y no esbozar, al menos, una sonrisa. Fue un curso redondo, de esos que hacen afición, de esos que enganchan de nuevo a una ciudad con su equipo. Aquel Real Valladolid completó 29 partidos sin perder, ascendió a falta de ocho jornadas y fue campeón. Aquel Pucela forjó jugadores cuyo cariño permanece, como Iñaki Bea, Joseba Llorente, Sisi, o el propio Álvaro Rubio; y reforzó el sentimiento hacia hombres de Club como Víctor, Marcos, García Calvo, Javier Baraja o Borja.

Pero no toda la temporada fue así. El inicio fue complicado y muestra de ellos fueron las seis primeras jornadas. El 1 de octubre de 2006 el equipo perdió en casa 2-3 ante el Salamanca y ocupaba la decimocuarta posición, lo que generó dudas en el entorno y también en la plantilla. "Piensas en mil cosas, la primera que tú no haces bien las cosas y parte de la culpa es tuya. No encuentras la manera de mejorar, pero no puedes tirar la toalla" apunta Álvaro Rubio, que destaca que encontraron "en trabajo y más trabajo" la salida a ese bache.

"En la pretemporada, con Iñaki Bea, siempre decíamos 'madre mía, somos malísimos, no vamos a ganar a nadie'. Como que se nos había olvidado jugar al fútbol, me sentía así, como que no daba una. Ahora lo puedes contar porque salió bien, pero en ese momento se pasan muchas cosas por la cabeza" se sincera el natural de Logroño, quien repesca que la pretemporada fue buena a nivel físico pero no en resultados.

Un vestuario de amigos

Álvaro Rubio, cuenta, para poner en contexto aquella plantilla de la temporada 2006-2007, que "la relación entre nosotros era increíble, daba igual con quien te sentases, con quien estuvieses en la habitación". Y, aunque no afirma que esa sea la clave del éxito, sí reconoce que "era una sensación extraña con respecto a otros años, el mejor vestuario que he tenido en mi carrera deportiva".

"Seguimos teniendo muy buena amistad con muchos de los jugadores que estábamos. Más que un vestuario fue un grupo de amigos" relata Álvaro Rubio, que tras aquella temporada ha hecho de Valladolid su hogar, junto a su mujer, y ahora también con sus hijos. "Nos gusta mucho la ciudad, estamos muy a gusto, siempre nos han tratado muy bien y decidimos quedarnos aquí", reflexiona.

Quién sabe si aquella temporada tan especial fue clave para que el riojano haya quedado vinculado al Real Valladolid de por vida. Si ese 2006-2007 en el que "en algún momento se dio con la tecla" sirvió para que la ciudad y su Club de fútbol conectasen como nunca antes lo había hecho, hasta el punto de asomarse al récord de abonados y superar los 18.000 en el curso siguiente.

Lo que es seguro que es aquel fue otro de los momentos de oro en la Historia del Real Valladolid. No solo por el éxito deportivo, sino porque aquel triunfo del 22 de abril significó la unión entre la ciudad y la institución, el abrazo cálido que los vallisoletanos dieron a su Club, el que moja sus raíces en el Pisuerga y las hunde en el campo castellano.

  Álvaro Rubio