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LaLiga

Hoy recordamos a... Chus Landáburu

El palentino es el jugador que más veces vistió la blanquivioleta de entre los que también lucieron la del Rayo

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Chus Landábaru (Guardo, 1955) fue un futbolista de fino trato de balón. Un “delineante” de atípica vida paralela, ya que, para él, el balompié siempre fue una afición, un juego, y no una ocupación…

Debutó con el Real Valladolid (en Segunda División) con apenas 17 años. El club vallisoletano le había reclutado del equipo juvenil del Colegio San José, en el que llevaba internado desde los nueve. Convenció y llegó a vestir durante seis temporadas la blanquivioleta (nunca en Primera), para después fichar por el Rayo Vallecano y dar el salto a la élite.

Esas dos campañas en Vallecas le abrieron las puertas del FC Barcelona y de la selección española, con la que llegó a debutar de la mano de Ladislao Kubala. Después, se enrolaría en el Atlético de Madrid, club en el que, con 33 años y tras un feo incidente con Jesús Gil, se retiraría.

Una trayectoria con fulgor. Al alcance de muy pocos...

Pero pasma incluso más una vez se conoce cómo empleaba Landábaru su tiempo de asueto, el poco que le dejaba el balompié. No lo desperdició y la inquietud, el tesón y unas ideas claras inculcadas por su familia le ayudaron a superar los obstáculos para, al mismo tiempo que daba pasos de gigante en el fútbol, granjearse un futuro alejado de él. Terminó la carrera de Ciencias Físicas (con el “impasse” de la mili), superó un máster del ESADE y, en sus últimos años en el Atlético, trabajó a tiempo parcial en una empresa de post-producción de vidrios.

Todo ello mientras se codeaba con los mejores jugadores de la Liga. En progresión aritmética…

Esta formación continua le ayudó a regatear la incertidumbre de tener que aparcar el cuero, las botas y el olor del vestuario y empezar de cero. A él no le resultó muy difícil. Se hizo consultor y residió en la capital hasta que, en 2007, regresaría a Valladolid, donde recientemente se ha jubilado y sigue ocupando el tiempo libre infatigablemente al colaborar altruistamente con varias ONG.

Una ciudad, Pucela, que conoce muy bien. Llegó a ella imberbe y fue en el Colegio San José donde dio sus primeras patadas hasta que, en la edad de juvenil, le llamarón para completar el partido de entrenamiento de los jueves del primer equipo del Real Valladolid. “Yo estaba estudiando el COU y el entrenador Héctor Martín siguió llamándome a ese partido de los jueves hasta que me propusieron fichar por el primer equipo. Debuté en Mestalla ante el filial del Valencia (7-5-1972)”, comenta Chus Landáburu al inicio de una conversación telefónica pausada y certera, celebrada justo el día en el que se cumplían 47 años de aquel primer partido.

A sus 17 años, se le presentó una oportunidad inimaginable y él, que se tomaba el fútbol como un juego del “recreo”, la agarró sin dudar. “Fue completamente inesperado. Nunca me planteé dedicarme al fútbol, a pesar de que me gustaba mucho jugarlo. Estoy muy agradecido al Real Valladolid. Además, me encontré con un vestuario muy bueno y que me trató muy bien, como a un hermano pequeño”, rememora Landáburu.

Era un mundo completamente nuevo para él. Antes, este se reducía al internado, “con las limitaciones que eso conlleva”, aunque, al curso siguiente, y con el inicio de la carrera de Ciencias Físicas en ciernes, se mudó al Colegio Mayor Menéndez Pelayo. Comenzaba una nueva etapa con 257 minutos en Segunda División ya a sus espaldas.

“El Real Valladolid me ayudaba con los libros y con las clases, a las que faltaba bastante por los entrenamientos. Solo podía ir a una o dos a la semana. El que me ayudasen con los estudios fue la única condición que impusieron mis padres. En aquella época la medicina no estaba tan avanzada como hoy en día y una lesión podía retirarte así que lo tuvimos claro desde el principio. No hay que poner todos los huevos en el mismo cesto. Estoy muy agradecido por las cosas buenas que me han pasado”, explica el exfutbolista.

Seis fueron las campañas (1971-1977) en las que Landáburu lució con orgullo la casaca blanquivioleta. Lo hizo sin dejar de lado los estudios, los cuales acabaría en la Complutense de Madrid ya en las filas del Rayo Vallecano. “Era muy complicado. No tenía vacaciones, ya que la temporada y las clases no acababan al mismo tiempo. Fueron buenos años, en cualquier caso. Una pena que no llegase a jugar con el Real Valladolid en Primera, aunque en la 1975-1976 estuvimos cerca de ascender (se quedó a tres puntos de hacerlo)”, recuerda.

Año a año, mejoraba sus cifras. Acumulaba más partidos jugados y también aumentaba sus registros goleadores (49 goles en 164 encuentros), lo que, ya en 1977 y junto con su destreza en el toque de balón, propiciaron que equipos de Primera División se fijasen en él. Tenía 22 años y primero intentó ficharle el Sevilla, pero el pase al bloque hispalense lo torpedeó una arritmia de la que nunca más se supo.

Debut en Primera División
Había ya alcanzado un acuerdo con el Sevilla, pero de repente todo se volvió atrás y se disculparon diciendo que me habían detectado una arritmia. Yo no tenía mayor problema. Luego se puso en contacto el Rayo Vallecano, que acababa de ascender a Primera y lo dirigía Héctor Núñez, que me conocía del Real Valladolid. Fue una etapa muy buena. Me encontré con un gran equipo, con mucha gente joven y con ganas. Teníamos pocos medios así que la mayor parte de los entrenamientos eran físicos. Yo creo que el ochenta por ciento de ellos fueron en la Casa de Campo”, narra Landáburu.

En su primer año, jugó 32 partidos y marcó seis goles. Una temporada en la que el Rayo Vallecano, recién ascendido, acabaría en una meritoria décima posición. “Ganamos a todos los equipos grandes. Al año siguiente, jugué todos los minutos de Liga gracias al trabajo del preparador físico. Me vino muy bien y cogí la gasolina que con 23-24 años necesitaba. Mi aspiración era jugar en un grande y aproveché las dos temporadas en Vallecas”, anota.

Salto de calidad
Así, a Landáburu, con la carrera de Ciencias Físicas y su especialización en Cálculo Automático (la actual informática) acabados y el Rayo Vallecano salvado “por la campana”, se movió al FC Barcelona en 1979. Un cambio sustancial en su trayectoria futbolística que le puso en el disparadero de la selección. Entró en varias de las convocatorias de Ladislao Kubala y debutó en Vigo en partido amistoso ante Holanda (1-0).

Aquel 23 de enero toco el cielo. Colmó la “máxima aspiración de cualquier futbolista” hacia la mitad de la que fue su primera temporada como azulgrana. Un club con una presión y unos objetivos diferentes. “Fue un cambio notable. Coincidí con grandísimos jugadores y pasé a pelear por la Liga y por jugar en Europa. Se notaba que estaba en un equipo grande. Era un poco complicado por tantos medios de comunicación y tanta presión, aunque yo lo llevaba bien”, detalla Landáburu, quien en sus dos primeros años en el FC Barcelona jugo 68 partidos y marcó 15 goles.

Compartió vestuario con Alexanco, Rexach, Migueli, Quini o Schuster, entre otros, y bajo la batuta de Helenio Herrera conseguiría en 1981 su primer título; la Copa del Rey que los catalanes levantarían a costa del Sporting de Gijón. Un encuentro en el que Landáburu no disfrutó de minutos, al igual que en la final de la Recopa de Europa ante el Standard de Lieja al término del curso siguiente.

El FC Barcelona estaba dirigido por el alemán Udo Lattek y este apenas brindó oportunidades a Landáburu aquel año. Él siguió a la suyo y acabó un Máster del ESADE antes de acordar con el club su carta de libertad allá por el verano de 1982. Entonces, decidió mudarse a Madrid, donde “tenía intereses en trabajar con una empresa de vidrio en temas de administración”, recoge.

Su formación laboral seguía siendo innegociable y Landáburu, con su imponente hoja de servicios a los 27 años y más de diez en la élite, acordó acomodarse en el Atlético de Madrid, un club “grande en lo deportivo, pero familiar en el trato”.

Se hizo imprescindible desde el primer día…

A las órdenes de Luis Aragonés, quien lo dirigió en cuatro temporadas y media de las seis que formó parte del plantel rojiblanco, Landáburu desplegaría su mejor fútbol. Había retrasado unos metros su influencia en el juego respecto a su etapa blanquivioleta y en el Atlético de Madrid su trascendencia como medio centro organizador y especialista a balón parado resultó clave para cosechar la Copa del Rey de 1985 ante el Athletic Club de Bilbao. Esta vez sí, con él en el campo y el 10 a la espalda.

Me gustaba jugar, el buen trato al balón, desplazarlo y que este fuese el que corriese. Organizar el juego y también lanzar las faltas y los córners. No era muy fuerte, pero me defendía en el choque y a la hora de correr. Tuve la suerte de que no me lesioné en mi vida. Ni un tirón”, asegura el exfutbolista.

Una radiografía de sus habilidades que jalona agasajos a Luis Aragonés; un entrenador “sin dobleces y que se ganaba el respeto” de sus jugadores, con recuerdos de su desagradable salida del conjunto colchonero y, a la postre, su retirada.

Toca retirada
“Fue un año complicado, con muchos follones. Jesús Gil nos despidió de forma improcedente a cinco y acabamos en los tribunales. Fue muy duro y hubo mucha tensión. Una pena, porque habría jugado más, pero decidí que ya era hora de empezar a trabajar en serio y de lo que me había formado”, apuntó Landáburu, cuya especialización profesional se produjo en el albor de la informática. Así lo atestigua el Apple II de 1982 que conserva; su primer ordenador.

Se quedó en Madrid para facilitar la vida a sus hijos, ya hechos a la capital. Entonces, fruto de su buena relación con algunos de sus profesores del Máster del ESADE, entró a formar parte de una consultoría de empresas. En ella trabajaría desde su retirada futbolística en 1988 y por más de veinte años.

“Harto del tráfico de Madrid”, regresó a Valladolid, donde lleva varios años colaborando voluntariamente con dos ONG, Entreculturas y Red Incola, a las que ayuda en asuntos de informática y relaciones con las instituciones. “Es algo muy gratificante. Sobre todo, me atrae defender el derecho a la educación, que es el mayor arma para luchar contra la pobreza”, señala Landáburu, un verdadero adalid de este mantra a largo de toda su vida.

Sigue bastante ocupado, aunque no pierde de vista las evoluciones de su Real Valladolid, la entidad que empezó a cincelarle como futbolista “top”. De hecho, confía en su salvación. Sobre todo, por una premisa que siempre ha sido muy importante en su carrera: “trata bien al balón”.

“He disfrutado con su fútbol. Le cuesta marcar, que es lo más difícil en el fútbol, pero ha rentabilizado muy bien los que ha anotado. La clave va a estar en este partido ante el Rayo. Hay que echar el resto”, expresó para concluir Landáburu, un hombre tremendamente agradecido a Valladolid y que siempre tuvo claro que, en la vida, hay que hacer algo más que solo “jugar al fútbol en el recreo”.

*** Hoy recordamos a... Manolo PeñaEusebio RíosFortes y DiezJosé Emilio AmaviscaJoseba LlorenteMikel AntíaAriza MakukulaSergio PachónIván Rocha, Polilla da SilvaTini