La luz roja se encendió esta tarde en Zorrilla. Cuando a un equipo le remontan en su casa un 3-0 en media hora es que tiene un problema serio. Muy serio. Claro, que también es cierto es que pifias como la del Real Valladolid este domingo no es la primera. Sí en esta campaña, pero no en anteriores. Por ejemplo, en Numancia o en Almería, la pasada temporada. Y al final amaneció aunque la noche era cerrada.
Siempre que se pasa de un 3-0 a un 3-3 tienen que pasar cosas raras. Lo cierto es que el partido entre el Real Valladolid y el Tenerife fue siempre raro, no solo al final. El partido se dividió en tres tercios de media hora cada uno, casi con cronómetro en mano, perfectamente claros y diferenciados.
En la primera media hora ni el Pucela ni el Tenerife dieron una a derechas. Los vallisoletanos dejaron patentes sus nervios atrás, pero el equipo chicharrero se mostró incapaz de meter el dedo en la herida local. En el otro lado del campo, tres cuartos de lo mismo: el Tenerife se mostraba poco contundente en su área, pero el Real Valladolid, con Nauzet solo como extremo claro, porque el resto del ataque era Canobbio, Diego Costa y Manucho, alternándose entre la banda izquierda y por el centro, no acababa de encontrar la forma de meter el cuchillo.
La segunda toma del partido arrancó en el minuto 28. En ese momento un despeje de la zaga vallisoletana al centro del campo se convierte en un pase de gol para Diego Costa porque el brasileño es capaz de sacar un genio de una lámpara. De un balonazo sin más, se fue de su marcador, Mikel Alonso, y en un abrir y cerrar de ojos se plantó ante Aragoneses, al que batió con la derecha.
Vendaval blanquivioleta
El tramo de ensueño para el Real Valladolid continuó en el minuto 35, con un penalti de Mikel Alonso a Canobbio, que puso el 2-0. La acción del tinerfeño fue muy precipitada porque la jugada no parecía una ocasión clarísima de gol de Canobbio, pero la pena máximo existió y el uruguayo no perdonó la ocasión de poner una ventaja ya franca. En toda la primera parte, solo un cabezazo de Nino en el minuto 40 llevó algún peligro ante Justo Villar.
Sin hacer nada del otro mundo, el Real Valladolid se fue con un 2-0 a su favor al descanso. Solo con aprovechar dos facilidades defensivas del Tenerife, si es que se puede considerar fallo que Mikel Alonso no pudiera parar a Diego Costa en el primer gol, porque hoy por hoy es muy difícil que cualquier jugador esté en condiciones de parar al brasileño en este tipo de acciones en las que muestra una mezcla letal de fuerza, potencia, velocidad e inteligencia para utilizar su cuerpo.
Fotografía (G. Martín): Manucho, rodeado de defensas.
La segunda parte comenzó como un festival. No habían pasado 30 segundos del saque de centro cuando Costa se plantó escorado ante Aragoneses y perdió una gran ocasión por centrar en vez de tirar con la zurda. En el 49, Aragoneses tiene que emplearse a fondo para sacar a córner un cabezazo de Manucho. En el minuto 50, Canobbio ve adelantado a Aragoneses y pica el balón desde fuera del área para que se estrelle en el larguero. Y el vendaval finaliza con un córner desde la banda derecha que Diego Costa remata picado de forma inapelable.
En ese momento, con 3-0 y el Tenerife sin saber por dónde le venían los golpes, la goleada parecía segura, pero tras diez minutos de calma, en los que sólo un centro de Nauzet que se envenenó hasta estrellarse en la cruceta levantó a los espectadores de sus asientos, todo iba a cambiar en la fatídica última media hora.
El principio de la debacle
Los 30 últimos minutos trágicos comenzaron con el 3-1. Luis Prieto cabeceó para atrás en una jugada sin peligro alguno y dio una asistencia de gol a Nino, que se plantó ante Justo Villar y lo batió sin remisión. Era el minuto 63.
A partir del ahí, el Tenerife se lo creyó. Seguramente, porque los jugadores tinerfeños vieron el pánico en los ojos de los vallisoletanos. El Pucela se diluyó, se desplomó, se desfondó, se asustó de una forma alarmante. El Real Valladolid se convirtió en un muñeco de pim-pam-pim.
Cuando Ángel marcó el 3-2 en el minuto 71, nadie tenía ninguna duda en Zorrilla de que el Tenerife iba a empatar. Lo sabían los de blanquivioleta, que eran un manojo de nervios, que no tenían el balón, que no sabían que hacer con él cuando les caía; y lo sabían los del Tenerife, que ya estaban desmelenados. El Tenerife empató y no ganó de verdadero milagro porque todavía en el descuento tuvo una buena ocasión de gol para mandar definitivamente a todos los blanquivioleta al psiquiátrico.
Fotografías (Gonzalo Martín)