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Cien años del maestro que fue hincha

Miguel Delibes volcó su pasión en el Real Valladolid y en la tierra que lo vio nacer tal día como hoy de 1920

Miguel Delibes inmortalizó en su literatura a su amada Castilla al igual que retrató en sus dibujos y sus relatos su desmedida afición futbolera. Un amor que comenzó a temprana edad y que le llevó a renunciar a su propina a cambio de esas 1,50 pesetas que costaba en 1929 el abono infantil del recién fundado Real Valladolid Deportivo para, desde detrás de una de las porterías en las gradas del “muy pobre, muy decadente y primitivo” viejo campo de la plaza de toros, iniciar una pasión que lo tendría vinculado de una u otra forma de por vida.

Este sábado 17 de octubre se cumple el centenario del nacimiento del genial escritor vallisoletano. De un hincha, tal y como él se definía al afirmar que “creo que mi primera afición deportiva, asumida como pasión, como auténtica pasión desordenada, fue el fútbol”. Y, por encima del espectáculo él anteponía a su equipo, el Real Valladolid Deportivo: “Hasta tal punto vivía sus peripecias de corazón que, de muy niño, hacía solemnes promesas al Todopoderoso si el Real Valladolid salía victorioso en Las Gaunas o El Infierniño. En cambio, cuando jugaba en casa, me parecía que bastaban mi aplauso y mis voces de aliento para triunfar y no iba con embajadas al Todopoderoso”.

Tercero de ocho hermanos, Miguel Delibes fue en muchos aspectos un adelantado a su tiempo. Con ‘La sombra del ciprés es alargada’ publicada en 1947 ganó el Premio Nadal y comenzó una exitosa carrera como literato que completó con su colaboración para El Norte de Castilla, diario del cual acabó como director (oficialmente entre 1958 y 1963, aunque prolongó su función en segundo plano hasta 1966) después de haber comenzado como caricaturista precisamente con una publicación -el 14 de octubre de 1941- de fútbol referida al partido entre el CD Delicias y el Ciudad Lineal de Madrid que reflejó a través de una reseña y dos ilustraciones.

La Justicia Social, la defensa de la naturaleza, el mundo rural, la despoblación, el desarraigo de la tierra, la infancia, la muerte, el fútbol, así como numerosas antologías sobre Valladolid y Castilla, configuran buena parte del legado que Miguel Delibes ha dejado a lo largo de sus 90 años de vida. Cuidador del lenguaje, vivaz, pertinaz y aún de actualidad, las obras del vallisoletano han trascendido al escritor y se han convertido en clásicos.

El futbol y él
Además de aficionado, de devoto blanquivioleta, Miguel Delibes se impregnó de fútbol desde otras dos perspectivas: la de jugador y la de escritor.

Desgranó, en una entrevista para ABC dos años antes de su fallecimiento, que “el fútbol llegó a ser para mí una verdadera pasión” y que lo jugaba hasta “con las canicas en casa”. Dentro del campo, enrolado en el equipo del colegio de Lourdes con el que disputaba al año cuarenta o cincuenta partidos “serios”, “jugaba de delantero y era más o menos fino, pero me faltaban condiciones físicas y me sobraba respeto a las defensas contrarias”.

“El fútbol, para mí, estaba en todas partes, lo impregnaba todo, era casi como un Dios: una presencia constante” reconocía un Miguel Delibes que también teorizó sobre el deporte de su vida; una relación que, como si fuera un romance, transitó por diferentes etapas desde la pasión adolescente y la efervescencia juvenil para derivar, varias décadas después, en un amor más contenido. En 1978 decidió, como respuesta a la colocación de unas vallas que separaban a la afición del terreno de juego en el viejo estadio José Zorilla, no volver a lo que fue su templo durante un buen puñado de décadas en las cuales siguió de cerca las vicisitudes de una entidad que militó en Primera, Segunda e incluso Tercera División.

Por supuesto Miguel Delibes continuó del lado del Real Valladolid. Pero lo hizo como telespectador y sin “la intensidad de antes” ya que en su opinión “el fútbol era hace 70 años -en referencia a sus primeros años como fan- más espontáneo y menos táctico, con la consecuencia de que se metían muchos más goles; ayer los futbolistas presumían de ofensivos y hoy lo hacen de defender bien”.

Como escritor, la obra del vallisoletano contempla títulos como ‘El otro fútbol’, una recopilación de artículos referentes al fútbol en distintas épocas y en los que aborda también el Mundial de 1982 y la Eurocopa de 1980. Además de las crónicas que en los años 50 realizaba de los partidos del Real Valladolid como local.

Esencia castellana
Al igual que Delibes recorrió y retrató el paso de tiempo por el Real Valladolid también lo hizo, con especial maestría, por la tierra que le vio nacer y a la que permaneció ligado junto a su esposa, vallisoletana, Ángeles de Castro, y su familia.

Unas raíces en la ciudad del Pisuerga, en la región de los campos amarillos y el horizonte infinito, sin las cuales no se podría entender su obra ni el Real Valladolid tendría sentido. Miró y reprodujo la sociedad rural de la época en obras maestras de ficción como ‘El disputado voto del señor Cayo’ o el descarnado relato de ‘Las ratas’ donde refleja la pobreza y, a mismo tiempo, la bondad encarnada en uno de sus personajes.

Castilla y sus habitantes, humildes y trabajadores, silenciosos pero reivindicativos, con ese carácter tan poco dado a alardes ni falsas palabras, forjado en el fuego de su verano y el hielo de su invierno, configuran y dotan de coherencia la obra de un Miguel Delibes que ya en 1958 denunció en ‘Diario de un emigrante’ una de las luchas que actualmente sigue siendo caballo de batalla de esta tierra, la despoblación.

Diez años después de su muerte (cuyo luto se guardó dos días después del fallecimiento en el Estadio José Zorrilla con un emocionante minuto de silencio en el partido de liga de la jornada 26 ante el Real Madrid el 14 de marzo de 2010) y cien años desde su nacimiento, la figura del maestro permanece viva en su ciudad, nuestra ciudad. Además de las varias rutas literarias que recorren la capital y la provincia difundiendo sus obras, su nombre da prestigio al centro cultural situado muy cerca del actual feudo blanquivioleta -consagrado a otro vallisoletano que elevó el nivel del verso castellano-, a colegios, salas, e incluso el campus de la Universidad de Valladolid homenajea a quien con su obra literaria y periodística ha puesto a su tierra y al Real Valladolid en un lugar imborrable.