Faltan unos minutos antes del inicio del partido y catorce personas se dirigen al terreno de juego. Se colocan de manera ordenada, dulzaina y elementos de percusión en mano, mientras saborean un momento inolvidable. Muchos de ellos abonados del Real Valladolid, todos ellos aficionados, tendrán el honor y el orgullo de interpretar la entradilla del himno blanquivioleta.
Redoble de tambor, salen los jugadores precedidos por el cuarteto arbitral y rodean a la banda mientras suenan las dulzainas y ponen los pelos de punta. “Banderas blancas y violetas, voces que cantan goles y gestas…”. Retumba Zorrilla mientras los músicos, sonrisa amplia e imborrable abandonan el campo.
Han vivido una experiencia única, han dado fuerzas al equipo de su corazón y han potenciado el folclore y la tradición de la tierra. ¿Qué más se puede pedir?