El Valencia asaltó el fortín de Zorrilla. Lo que no pudieron conseguir el Real Madrid, Barcelona, Villarreal, Sevilla o Espanyol, sí lo hizo el Valencia, un equipo prendido con alfileres que trata cada partido de nadar hasta la orilla para no ahogarse en la mediocridad.
El planteamiento ché fue muy simple. Clásico de un equipo con poca fe, que necesita tiempo para armar un proyecto en el que creer. Defensa férrea y a esperar que los de arriba hagan una jugadita para marcar. Pobre, pero si los atacantes se llaman Joaquín, Mata o Villa, puedes cantar bingo.
En cualquier caso, el partido no fue bueno, porque era muy difícil que lo fuera. Jugar con un viento huracanado como el que esta tarde azotó Zorrilla, es harto complicado. Pero si un equipo lo intentó en la primer parte, ese fue el Real Valladolid. Con el viento a favor, el equipo blanquivioleta llevó la iniciativa una y otra vez y sin hilar grandes combinaciones, al menos acertó a poner en algún aprieto a Hildebrand.
Como el partido era como el día -frío, desangelado, desapacible-, parecía claro que, aquel que acertara a dar el primer golpe, daría dos veces. Y ese fue el Valencia. Debió ser el Real Valladolid, pero no hubo puntería. Llorente en la primera parte y Víctor en el arranque de la segunda hicieron sacar lo mejor del portero valenciano, que evitó el gol local, que a buen seguro hubiera sido decisivo.
Al tercer aviso, gol
Pero el que acertó a marcar fue el Valencia, que en la segunda parte salió más metido en el partido y con algo más de ambición. Avisó Villa, a pase de Joaquín, al responder con un centro-chut pasado al que no llegó Mata. Volvió a avisar Maduro, al cabecear alto tras una salida en falso de Alberto en un córner. Y a la tercera ocasión, ya no avisó, marcó gol. Marchena habilitó a Mata y el ex madridista fusiló a Alberto.
El Real Valladolid acusó mucho el golpe y se empezó a desordenar de forma alarmante. Con los cambios, tan pronto los blanquivioleta se agolpaban en el círculo central como la frontal del área valencianista se llenaba de jugadores locales esperando el pelotazo y no había escalonamiento para tratar de jugar de forma armónica para romper el espeso entranamado defensivo del Valencia.
Pese a desinflarse paulatinamente, el Real Valladolid todavía tuvo la opción de empatar en el minuto 62, pero la salida del portero valenciano a los pies de Capdevila abortó el intento de reacción.
Fruto del desorden local llegó el segundo gol y con él el final anticipado del partido. El Real Valladolid nunca hincó la rodilla, pero su entrega encomiable no estaba respaldada por nada consistente para poner en el más mínimo peligro la victoria del Valencia.
Y para finalizar una tarde negra, se abrieron las puertas del cielo y el agua descargó en Zorrilla. Un día horroroso. Una tarde de perros. Sin duda, vendrán tiempos mejores.